Apostillas sobre los magistri comacini. Las diversas especulaciones respecto del origen de la denominación y su contribución a la leyenda masónica.
Portal de los leones; Catedral de Königslutter (Alemania), construido por las magistri comacini
(Foto de Alex Hindemith, 2006)
El origen de los maestros constructores del Lago de Como, conocidos como magistri comacini, es ciertamente difuso. Hay un abundante material legendario –especialmente en la literatura masónica– que los identifica como miembros de los colegios de arquitectos con asiento en la ciudad de Roma, que luego de la invasión de Alarico, en 410, dejaron la ciudad y buscaron refugio en una isla del lago que les da el nombre, situado en la región lombarda.
El primer documento que los menciona es el edicto de 643, promulgado por Rotario (606-652), rey de los lombardos. Se trata de la primera colección de leyes que rescata las antiguas legislaciones lombardas, aunque ya influidas, al menos de manera incipiente, por el derecho romano. El artículo 144 está destinado a regular las responsabilidades de los maestros comacinos respecto de los accidentes ocurridos en las obras.[1] Una segunda mención se encuentra en otro edicto promulgado en 713, esta vez por Luitprando (685-744), rey de los lombardos, que contiene un apéndice que regula las tarifas de los maestros comacinos.[2]
Para Leader Scott -a quien ya me he referido recientemente en mi libro "La Masonería en la Edad Media-, estas leyes prueban que en el siglo VII los magistri comacini eran un gremio compacto y poderoso, capaz de hacer valer sus derechos, que estaba debidamente organizado y sus integrantes, constituidos en grados de diferentes rangos; que las jerarquías superiores tenían el título de magistri y podían “diseñar” o “realizar” una obra, es decir, actuar como arquitectos; y que los coligantes trabajaban subordinados a ellos. Respecto de cuándo y cómo se colegiaron, Scott cree que su origen se encuentra en tres grupos de artesanos diferentes. El primero sería una rama sobreviviente de los collegia romanos, lo que se explica por la nomenclatura latina de sus funcionarios. El segundo, un grupo decadente de artistas bizantinos varado en Italia; en este caso Scott recurre a dos escritores alemanes: Müller dice que desde Constantinopla, que era el centro de la habilidad mecánica, se permitió a las corporaciones de constructores de origen griego que asumieran su propia legislación de acuerdo con las leyes del país al que debían lealtad, en tanto que Stieglitz, en su Historia de la arquitectura, registra la tradición de que en la época en que los lombardos estaban en posesión del norte de Italia, es decir, desde el siglo VI al VIII, los constructores bizantinos se formaron en gremios y asociaciones, y que, por haber recibido de los papas el privilegio de vivir de acuerdo con sus propias leyes y ordenanzas, fueron llamados francmasones. Sin embargo –y esta parece ser la conclusión de Scott en este punto–, los escritores italianos y latinos ubican el advenimiento de estos artistas griegos en un período posterior; se supone que fueron escultores que, rebelándose contra la estricta iconoclasia de León el Isaurio (718-741 d. C.), llegaron a Italia, donde el arte era más libre, y se unieron a los collegia. El tercer grupo sería de origen levantino, más antiguo, y explicaría su simbolismo hebreo y oriental.[3]
Sea cual fuere su origen, los reyes lombardos entendieron que sus habilidades y técnicas debían estar bajo su protección y les ofrecieron el apoyo para que pudieran organizarse en una comunidad muy parecida a un gremio, lo que les permitió desarrollar un arte propio que luego exportarían a gran parte de Europa. Para los reyes lombardos, que tenían para su nuevo reino un extendido plan de construcciones públicas, los maestros comacinos eran “los trabajadores adecuados, en el lugar adecuado, en el momento adecuado”.[4] Fue precisamente esta organización legal de los maestros de obra amparados por los lombardos –que no provenían solo del lago de Como sino de toda la península– el factor decisivo para la reactivación del sector de la construcción en el siglo VII, tanto en las grandes ciudades como también en pueblos y villas. Sus técnicas constructivas diferían de las de sus antecesores romanos: mientras que estos últimos utilizaban ladrillos largos o sillares para reforzar los muros de cascajo y mortero o cemento, los albañiles lombardos empleaban ladrillos bizantinos, mejor acabados, para construir muros de ladrillos macizos sin encascotado. “Este procedimiento”, afirma McLean, “simplificaba considerablemente la construcción, porque hacía innecesario un revestimiento. La técnica era muy apropiada para edificios pequeños, pero también podía aplicarse en obras grandes; y en lugar de ladrillos podían utilizarse piedras labradas o piedras naturales regulares, cuidadosamente seleccionadas”.[5]
El reino lombardo fue conquistado por Carlomagno en 744, cuando cayó la ciudad de Pavía y los francos anexaron el norte y el centro de Italia a su imperio. A partir de entonces estos constructores lombardos se esparcieron por toda Italia e incluso fuera de ella, llegando a construir edificios religiosos en Borgoña y en Normandía.
Sobre el origen del nombre hay una fuerte disputa. En principio existe cierto consenso en que el vocablo comacini es un toponímico. Marco Lazzati señala que la expresión italiana maestri comacini fue acuñada por estudiosos del siglo XVIII, en particular por Ludovico Muratori (1672-1750).[6] Sin embargo, una segunda teoría sugiere que debiera leerse magistri cum(m)achini, con doble eme, lo que cambiaría el toponímico por una referencia a constructores con artificios de construcción (cum machini, en la acepción latina de machinae propuesta por Isidoro de Sevilla e incluida en el Lexicon minus de Niermeyer).[7]
(A la derecha, machinas pesadas para la construcción en la Edad Media).
Esta segunda acepción fue utilizada (con razón o sin ella) como prueba de que los masones medievales eran los herederos directos de los magistri com(m)achini de la Alta Edad Media. La discusión, a decir verdad, no está zanjada. Para Lazzati, filológicamente, el término trabajadores de los lagos lombardos sería ciertamente el más correcto, ya que refleja mejor la distribución geográfica de los propios trabajadores, que procedían tanto de zonas comacine (en el sentido de de Como) y milanesi (en referencia a Milán). [8]
Mi opinión, coincidente con la que plantea Naudon, es que –ya sea que el término se considere un toponímico o describa un oficio– los constructores meridionales encontraron su principal asilo en las abadías benedictinas, puesto que eran los monasterios los que podían ofrecer a las asociaciones de profesionales una manera de subsistir. Es muy probable que tanto los arquitectos galorromanos como los maestros lombardos hayan conformado la principal mano de obra de los talleres y fábricas de los monasterios benedictinos, el único lugar que, entre los siglos VIII y XI, podía ofrecer la infraestructura y el marco adecuado para la preservación de estos conocimientos únicos. De hecho, demostraron contar con la capacidad económica y logística para impulsar la construcción de la vasta red de establecimientos que se extenderían por todo el Imperio.
[1] 643 Rothari Edictus, 144: “De magistros commacinos. Si magister commacinus cum collegantes suos cuiuscumque domum ad restaurandam vel fabricandam super se, placitum finito de mercedes, susceperit et contigerit aliquem per ipsam domum aut materium elapsum aut lapidem mori, non requiratur a domino, cuius domus fuerit, nisi magister commacinus cum consortibus suis ipsum homicidium aut damnum conponat; quia, postquam fabulam firmam de mercedis pro suo lucro suscepit, non inmerito damnum sustinet”. Puede consultarse en el repositorio digital de Documenta Catholica Omnia:
[2] Memoratorium de mercedibus commacinorum, en Beyerle, Franz (ed.), Leges longobardorum, 643-866, 2a ed., Witzenhausen: Deutschrechtlicher Instituts, 1962.
[3] Scott, The cathedral builders: the story of a great masonic guild, ob. cit., p. 8.
[4] Lazzati, Marco (2002), “I maestri comacini tra mito e storia”, Quaderno nº 8, Como: Associazione per la Protezione del Patrimonio Artistico e Culturale della Valle Intelvi (APPACUVI). Una versión revisada pude leerse en línea, en el sitio web del autor: http://www.lazzatim.net/miofolder/PDF/Comacini.pdf.
[5] McLean, Alick (1996), “La arquitectura románica en Italia”, en R. Toman (ed.), El románico, Madrid: Konemann, pp. 80-81.
[6] Dionigi, Renzo y Storti, Claudia (2007), Magistri comacini. Storie, antistorie, misteri e leggende, 1723-1962, Pavía: Cardano.
[7] En la voz “commmacinus” se lee: “(<machina, cf. voc. machio): […] Si magister commacinus… domum ad restaurandum vel fabricandum… susceperit. Edict Rothari, c. 144, Memoratorium de mercedibus commacinorum. LL., IV p. 176 sqq. (s. vii ex.)”. Niermeyer, Jan Frederik (2004): Mediae latinitatis lexicon minus, Leiden: E. J. Brill.
[8] Lazzati, “I maestri comacini tra mito e storia”, ob. cit.