Carl–Gotthelf von Hund y la Orden de Estricta Observancia Templaria
En los tres articulos que preceden al presente, último de esta serie histórica, he intendado abordar los orígenes de la masonería de tinte caballeresco nacida en el siglo XVIII, contemporánea al exilio de la Casa Estuardo.
Como consecuencia del regreso de la caballería al corazón Europa, un grupo de masones se embarcó en una ambiciosa misión: restaurar el poder de la Orden del Temple. A través de personajes como Carl-Gotthelf von Hund y las logias jacobitas, la Estricta Observancia Templaria tomó forma, influenciada por los ideales de la caballería y la vocación por el poder político. Este último artículo trata acerca de las conexiones secretas y las intrigas que tejieron el destino de la masonería continental y su aspiración de revivir el legado templario. También trata acerca de las razones que vinculan a la batalla de Culloden con el devenir de la masonería del siglo XVIII.
Barón Karl Gotthelf von Hund und Altengrotkau.
1.– La pugna por el control de la Masonería Continental
Hacia 1740 los escoceses habían logrado instalar, firmemente, la idea del temprano vínculo entre la masonería y la Orden del Temple. Al calor de ese clima de cruzada –que ya hemos descripto en el capítulo anterior– aquello que en un principio había sido propuesto como un retorno a las prácticas y virtudes de la caballería pasaba a convertirse, lisa y llanamente, en el retorno del Temple. No todos los masones estaban de acuerdo con esta postura y algunos lo manifestaban abiertamente. Tal es el caso del marqués de Argens que publicó un artículo en el que denunciaba que las logias jacobitas pretendían arrogarse un linaje específicamente templario.[1]
Pero las logias jacobitas evadían cualquier debate. Simplemente seguían adelante, dedicadas a consolidar su influencia en la masonería continental y brindar apoyo a los que preparaban la sublevación en Inglaterra y Escocia. Como hemos dicho, el alto mando masónico estaba en manos de los líderes escoceses, entre ellos lord William Boyd conde de Kilmarnock[2], Charles Radclyffe conde de Derwetwater, lord Clifford barón Chudleig, John Elphinstone lord Balmerino, Par de Escocia y el propio caballero Ramsay baronet de Escocia al igual que Jacque Macleane.
Las urgencias de la guerra que se avecinaba –en la que Francia había comprometido su apoyo subrepticio– se convertían en las propias urgencias masónicas en las logias, de cuya presión dependía en gran parte ese apoyo. Pero la masonería no alcanzaba para completar el plan. Pese a los esfuerzos realizados por los escoceses las logias seguían siendo un punto de reunión de hombres que buscaban saberes ocultos, otros que utilizaban la red para organizar sus negocios y muchos que encontraban un ámbito de sociabilidad en un siglo que sufriría cambios vertiginosos.
Sin dejar de valerse de la francmasonería, a la que consideraban una cantera de reclutamiento irremplazable, estos hombres concluyeron en que debía crearse una verdadera Orden de Caballería que gobernara las logias, pero que a su vez se despojara de las limitaciones propias de la masonería y se constituyera en un poder en sí mismo, no detrás de bambalinas sino un poder real, visible, temible. En otras palabras, ya no bastaba con reclamar la herencia templaria sino de poseerla, literalmente. La tarea era difícil, peligrosa, y de futuro incierto. No debía ser llevada a cabo por un escocés sino por alguien, indudablemente noble, que la sacara del ámbito exclusivamente estuardista para darle carácter continental.
Se necesitaba un hombre especial, un espíritu a la vez justo y audaz, en alguna medida ingenuo, convencido de la existencia de una tradición sólo accesible a ciertos iniciados; que fuese lo suficientemente dócil para aceptar ser controlado por los escoceses pero tan intrépido como para concitar la lealtad de nobles y príncipes. ¿Dónde encontrarlo? La oportunidad llegó en 1742. Frankfurt se había convertido en el punto de reunión de toda la aristócracia con motivo de la coronación de Carlos VII como emperador de Alemania. En la ciudad se daban cita grandes embajadas, cuerpos militares con sus logias, nobles, espías y caballeros que asistían a un evento de carácter extraordinario. Una de las embajadas más importantes era la enviada por Luis XV con el mariscal Belle-Isle a la cabeza. En su comitiva había un nutrido número de masones escoceses y franceses, incluido La Tierce, nada menos que el redactor de las Constituciones de la Gran Logia de Francia.
Charles Louis Auguste Fouquet, duque de Belle-Isle, Mariscarl de Fracia (1684-1761).
Como es costumbre en la masonería, aún hoy día, se constituyó de inmediato una logia pro–tempore en la que fueron iniciados muchos nobles alemanes, entre ellos el barón Carl–Gotthelf von Hund, señor de Altengrotkau y de Lipse Tenía apenas veintiún años, había nacido en la Lucase y gozaba de cierta fortuna. Un año después pasaría por la prueba de fuego.
Viajó a París en 1743 e inmediatamente pasó a formar parte del núcleo íntimo de los jacobitas. Fue convocado –según él mismo referiría años más tarde– a un conclave secreto al más alto nivel de la masonería vinculada a los Estuardo. Allí, lord William Kilmarnock y lord Clifford, en presencia de otro misterioso personaje –al que Hund nunca se refirió con otro nombre que el de Caballero de la pluma roja– fue armado Caballero Templario. Se cree que este misterioso caballero que menciona von Hund no era otro que el propio Charles Radclyffe conde de Derwetwater. En la misma reunión le fue impuesto un nombre de guerra con el que sería reconocido en adelante –eques ab ense (caballero de la espada)– y se le comunicó la historia secreta de la supervivencia templaria en Escocia. En efecto, estos hombres explicaron a von Hund el modo en que la Orden del Temple había mantenido en secreto su existencia, estableciéndose en Escocia desde las remotas épocas de la persecución. En rigor, la versión coincidía con el discurso de Ramsay, pero esta vez los escoceses habían sido más explícitos en el carácter “templario” de los refugiados. Se le dijo también que la nómina de los Grandes Maestres sucedidos desde entonces había permanecido igualmente secreta, así como el nombre de los actuales jefes a los que se los denominaba con el sugerente nombre de “Superiores Ignorados”. Nadie podía conocer la identidad de los jefes vivos ni del actual Gran Maestre. Puede uno imaginarse fácilmente cuánto sería explotada en adelante esta cuestión de los “superiores desconocidos”. Pero volvamos a nuestro relato.[3]
Von Hund recibió una Carta Patente que lo convertía en Gran Maestre de la VIIIº provincia del Temple, que era Alemania, e instrucciones precisas acerca de su misión: Restablecer la Orden en sus antiguas provincias, armar caballeros templarios reclutándolos entre los elementos más nobles de la francmasonería capitular, y proveer el financiamiento económico de toda la nueva estructura. Como comprenderá el lector, este era un plan de largo alcance, si se tiene en cuenta que las antiguas provincias templarias eran: Inglaterra, con Irlanda y Escocia; Francia, con Normandía y Borgoña; El Poitou, con Aquitania y Gascuña; Auvernia; Lombardía; Portugal; Aragón, con sus feudatarios de Cataluña, el Rosellón y Navarra; Alemania y Provenza. Todo esto fue tomado muy en serio por von Hund, que se abocó de inmediato a la tarea. A cambio sólo recibió el compromiso de que los superiores ignorados se mantendrían en contacto epistolar y que, oportunamente, recibiría futuras instrucciones.
Von Hund estaba convencido de que el misterioso Eques a Penna Rubra (Caballero de la pluma roja) no era otro que Carlos III Estuardo, el pretendiente jacobita al trono de los Estuardo, conocido popularmente como el joven pretendiente, o simplemente Bonnie Prince Charles. El príncipe tenía apenas 23 años; hijo de Jacobo III había nacido en el exilio en Roma y educado con un solo fin: Recuperar el trono de Inglaterra y Escocia. Puede entenderse que von Hund quedara impactado por la misión que se le encomendaba, por quién la avalaba y por las consecuencias políticas que implicaba. Se buscaba una restauración completa de la Orden del Temple, y que esta, como Orden de Caballería, tuviese por base una francmasonería sustentada en las tradiciones de la masonería escocesa.
Lo cierto es que von Hund regresó a Alemania y durante varios años trabajó en el más absoluto secreto, creando un cuerpo de caballeros templarios en virtud de los poderes que le habían sido conferidos. Redactó los rituales de la Orden y trazó un programa económico que se basaba en audaces operaciones financieras y comerciales, cuyas rentas otorgaron a la Orden un creciente tesoro. Para von Hund este no era más que el paso previo para la recuperación de las antiguas posesiones del Temple. Para ello, sentó las bases de una historia propia que diera sustento a sus aspiraciones. Las circunstancias de su iniciación y las instrucciones recibidas del propio alto mando masónico escocés lo habilitaban para la empresa que llevaría a cabo.
A partir de allí el crecimiento de la Orden fue imparable. Le dio el nombre de Estricta Observancia Templaria como recordatorio del juramento de absoluto secreto que debían mantener sus afiliados. Sin embargo, lo más sorprendente es que estableció un sistema de vasallaje volviendo a poner en práctica el sistema feudal medieval. Créase o no, lo cierto es que al menos catorce príncipes reinantes de Europa le juraron obediencia y que sólo en Alemania veintiséis nobles hicieron lo propio, incluido el duque Ferdinand de Brunswick. [5]
Si se tiene en cuenta que todos estos príncipes y nobles eran cuadros de alto nivel de la francmasonería, resulta claro que la Orden de la Estricta Observancia controló gran parte de la masonería europea. Nunca antes ni después se asistiría a una restauración tan profunda del Temple. Hasta 1764, la alianza y el secreto eran tan fuertes en la nueva Orden que nadie sabía, salvo un pequeño núcleo, quién era el Gran Maestre. Ese año von Hund se dio a conocer invitando a todos los masones de Europa a unirse a su cruzada. Fue su momento de mayor gloria pero también el del inicio de su ocaso, pues a la hora de tener que explicar de dónde provenía su legitimidad, debió confesar que hacía muchos años que no tenía contacto con “los Superiores Ignorados”.
2.– La Tragedia Escocesa y el Ocaso de von Hund
¿Qué ocurrió con los Superiores Ignorados? ¿Era von Hund un farsante? Creemos que no. Desde su iniciación en Frankfurt su destino quedó atado al de los escoceses. Soldado leal, convencido de su misión, pese al aislamiento y la desaparición de sus jefes, decidió continuar con el plan trazado hasta que la presión de sus bases lo obligó a blanquear la situación.
Según los propios documentos de la Estricta Observancia, von Hund afirmaba que Pierre de Aumont, preceptor templaio de Auvernia, junto con siete caballeros y otros dos preceptores, huyeron de Francia aproximadamente en 1310, escapando primero a Irlanda y luego a la Isla de Mull. Allí unieron fuerzas con otros templarios, presumiblemente refugiados de Inglaterra y Escocia, dirigidos por un preceptor cuyo nombre es citado como George Harris, un ex oficial de la orden en Caburn y Hampton. Continúa narrando el propio von Hund que, bajo los auspicios conjuntos de Harris y Pierre de Aumont, se tomó la decisión de perpetuar la institución. Una lista de Grandes Maestres templarios, confeccionada por él, muestra a Pierre de Aumont sucediendo a Jacques de Molay.[6]
Esta circunstancia es improbable porque el preceptor de Auvernia no era Pierre de Aumont. Pero este no es el único lado flaco de la historia narrada por von Hund, pues para 1310 la Isla de Mull estaba en poder de un noble escocés de nombre Alexander McDougall de Lorn, aliado de Eduardo II de Inglaterra. Lo más factible es que estos caballeros templarios se hayan refugiado en dos territorios que estaban bajo dominio de Robert Bruce estratégicamente ubicados en la ruta marítima que unía al Ulster, en Irlanda, con las bases de suministros de Bruce en Argyll. Estos lugares a los que hacemos referencia eran el Mull de Kintyre y el Mull de Oa.
Von Hund decía haber escuchado esta historia de los propios escoceses, y es muy posible que haya sido así. Si hoy es fácil de confundir la Isla de Mull con el Mull de Kintyre bien podría haberse confundido von Hund. De allí que actualmente, la leyenda más difundida señale al Mull de Kintyre como el primer sitio en el que se dio cita el exilio templario.[7] La mayoría de los historiadores coincide en eximirlo del cargo de farsante; por el contrario, la figura de von Hund despierta un gran respeto, pues de algún modo, su plan tuvo el éxito que no acompañó a sus mentores. Resulta difícil imaginar sus pensamientos frente a las vicisitudes que vivirían quienes lo habían iniciado en Frankfurt.
Veamos qué había sucedido.
El 2 de agosto de 1745, apenas dos años después de que von Hund fuera armado caballero templario en el marco que hemos descripto, el príncipe Carlos Eduardo Estuardo, acompañado de un puñado de nobles leales, desembarcó en Escocia, pero sin el apoyo militar francés que tanto había esperado. Después de muchos años de esfuerzo, los estuardistas caían en la cuenta de que Francia los había dejado librados a su suerte.
Luego del desembarco hubo un fuerte debate entre quienes creían que debían hacerse fuertes en Escocia, esperando el apoyo popular, y los que estaban convencidos de que una marcha hacia Londres aceleraría la insurrección que derrotaría a los Hannover. En una votación celebrada en el Consejo de Guerra y por sólo un voto, ganó la opción de marchar hacia el sur. Pasaron por Manchester y llegaron a Derby en diciembre. Pero las revueltas populares nunca sucedieron y apenas pudieron reclutar uno o dos centenares de voluntarios. La operación había fracasado.
Príncipe Carlos Eduardo Estuardo, conocido como el Pretendiente (1720-1788).
El Baron von Hund creía que el propio principe le había encomendado
la restauración de la Orden del Temple
El príncipe ordenó la retirada, que fue penosa, no sólo por el descorazonamiento general sino porque el ejército hannoveriano los hostigaba de cerca. Finalmente los alcanzó en abril de 1746, encerrándolos en la localidad de Culloden. Al mando del duque de Cumberland, los ingleses lanzaron un ataque que liquidó a los jacobitas en menos de una hora. La mayor parte de la expedición murió en la batalla. De los sobrevivientes, muchos fueron presos, algunos deportados y otros ejecutados. Entre estos últimos cabe incluir a lord Kilmarnock (quien fuera Gran Mastre de la Gan Logia de Escocia en 1742), a Charles Radcliff, lord Derwenwater, (ex Gran Maestre de la Gran Logia de Francia) y a lord Balmerino, Par de Escocia (Líder de los Capítulos de Caballeros Elegidos de Avignón, la ciudad de los papas y capital de Condado Venesino), todos ellos decapitados en la Torre de Londres antes de que culminara ese año trágico. Los principales jefes de la caballería masónica escocesa habían muerto. El joven pretendiente, Bonnie Prince Charles, logró escapar y marchó al exilio en Francia, en donde pronto sufriría otro duro golpe.
Los estuardistas, pese el abandono del que habían sido víctimas, creían en la aliada Francia y aún en el momento más duro dieron muestras de esa lealtad conmovedora. Prueba de ellos es la última carta escrita, horas antes de morir, por Charles Radcliff, lord Derwenwater:
“Muero como hijo verdadero, obediente y humilde de la Santa iglesia católica y apostólica, en perfecta caridad con la humanidad entera, queriendo verdaderamente el bien de mi querido país, que nunca podrá ser feliz sin hacer justicia al mejor y al más injustamente tratado de los reyes. Muero con todos los sentimientos de gratitud, respeto y amor que tengo por el Rey de Francia, Luis el Bienamado (un nombre glorioso). Recomiendo a Su Majestad mi amada familia. Me arrepiento de todos mis pecados y tengo la firme confianza de obtener merced el Dios misericordiosos, por los méritos de Jesucristo, su hijo bendito, nuestro Señor, a quien recomiendo mi alma. Amén.”[8]
El desastre de Culloden fue el final de una era y de toda una generación de masones jacobitas, que habían marcado con su impronta, a la naciente francmasonería francesa. La muerte de los líderes escoceses privó a la Restauración Templaria de sus máximos inspiradores. Esa es la causa por la que von Hund quedó aislado. Enterado de la muerte de todos aquellos que lo habían iniciado, esperó en vano que lo contactaran los “Superiores” a los que nunca conocería.
Batalla de Culloden (National Army Museum, Study Collection).
Cuando reconoció esta situación en 1764, comenzó un proceso de crisis en la Orden; por un lado, como hemos visto, más y más nobles se plegaban al movimiento, pero al mismo tiempo surgían situaciones complejas que amenazaban con debilitar la Orden: Farsantes que se presentaban asegurando ser “Superiores Desconocidos”, intentos de buscar a estos incógnitos jefes en lugares inverosímiles de Escocia, planteos acerca de la legítima autoridad de von Hund, etc.[9]
Como consecuencia de todos estos embrollos, la Estricta Observancia entró en su etapa final, signada por un estado deliberativo que dio lugar a una sucesión de asambleas que desembocarían en el célebre Convento de Wilhelmsbad. En el Convento de Köhlo, celebrado en 1772, von Hund fue desplazado de la conducción del la Orden, proclamándose al duque Ferdinand de Brunswick Gran Maestre General de la Orden de los Francmasones reunidos bajo el Régimen Rectificado (Magnus Superior Ordinis). Se inició entonces un proceso de reorganización administrativa que completó la restauración de las antiguas provincias templarias. La tarea iniciada por von Hund fue completada gracias a la acción de un importante núcleo de dirigentes, entre los que cabe destacar a los barones de Weiler y de Waechter. Quedaron así constituidas las siguientes jusrisdicciones: II° Provincia (Auvernia–Lyón); III° (Occitania–Burdeos); V° (Borgoña–Estrasburgo); VII° (Alemania Inferior–sobre el Elba y el Oder); VIII° (Alta Alemania) y la IX° (Italia, por escisión de la VIII).
No podemos culminar la narración de la tragedia escocesa sin unas notas finales sobre el destino de los estuardistas. A pesar de la derrota aplastante y de la muerte de sus jefes, los masones escoceses no se dieron por vencidos. Aquellos que pudieron salvarse siguieron abriendo Capítulos en el continente con la esperanza de concitar nuevos aliados y regresar a Escocia. Tal fue el caso de los Capítulos de Touluose, Nantes y Arras; incluso llegaron a federar las logias escocesas preexistentes en Marsella; pero Francia les reservaría otra traición. En 1748, de conformidad con las disposiciones de la Paz de Aquisgran, Carlos Eduardo Estuardo fue expulsado de Francia. A partir de allí los escoceses (de nación) abandonan paulatinamente sus esfuerzos; en cambio, los masones escocistas (los que sin ser escoceses de nación habían abrazado aquel sincretismo masónico caballeresco) iniciaron un largo camino, creando nuevos grados y sistemas masónicos, con sus propios Capítulos y sus Logias de Perfección. Ya no era una masonería escocesa sino de origen escocés. Hacia 1761 aparecería su grado más emblemático: el de Caballero Kadosh. El escocismo, con sus Capítulos de Elegidos, sus Logias de Perfección y sus Grados de Caballería siguió rumbos diferentes al de la Estricta Observancia templaria, pese a que ambos tuvieron un origen común.[10]
Pero mientras esto ocurría, la masonería europea estaba sufriendo otro tipo de infiltración, absolutamente diferente en sus objetivos pero parecida en sus métodos. Contrariamente a esta aristocracia que soñaba con restaurar el antiguo Imperio, del cual se imaginaba como su brazo militar, en otros ámbitos, en los salones en donde se discutía a Rousseau y a Voltaire o en las universidades en donde comenzaban a gestarse las corrientes librepensadoras, surgía un movimiento radical cuyo objetivo era la destrucción total y definitiva de la Iglesia y de las monarquías.
Este movimiento era una secta que se movía con extremo sigilo. Se llamaban a sí mismos Illuminati y estaban convencidos, al igual que décadas antes los escoceses, que la francmasonería era la herramienta más perfecta jamás concebida para llevar adelante una conspiración. Los Illuminati habían sido fundados por un oscuro profesor llamado Adam Weinshaup, probablemente la mente más letal para el Antiguo Régimen. El único enemigo que se le oponía en el control de la francmasonería era la Orden de la Estricta Observancia. De modo que todo estaba dispuesto para el mayor enfrentamiento que, hasta la fecha, recuerde la sociedad de los masones y que se daría en el marco del Convento de Wilhelmsbad.
[1] Tuckett, The Origin of Additional Degrees, p.10.
[2] William Boyd conde de Kilmarnock asumiría como Gran Maestre la conducción de la Gran Logia de Escocia en 1742. Sería ejecutado en 1746.
[3] Un detalle complete puede leerse en El otro Imperio Cristino.
[4] Martí Blanco, Ob cit. Para un examen de los grados de Aprendiz, Compañero, Maestro y Escocés verde de la Estricta Observancia, remitimos al lector a un estudio de Jean-François Var: La Stricte Observance, Villard de Honnecourt nº 23, (Paris, 1991.)
[5] También denominada Masonería rectificada o Reformada de Dresde, puesto que el sistema había sido en principio adoptado por las logias de Unwürden y Dresde.
[6] El mejor estudio acerca de von Hund y el sistema de la Estricta Observancia se encuentra en la obra de Le Forestier que ya hemos citado. En tanto que la lista de Grandes Maestres confeccionadas por von Hund pueden consultarse en la obra de Thory, C.A. Acta Latomorum ou chronologie de l’histoire de la franche-maçonnerie française et étrangère, 2 vol, (Paris, 1815).
[7] No obstante ello, otras tradiciones igualmente masónicas afirman que muchos templarios habrían optado por asimilarse a la logia de la abadía de Kilwinning, fundando un nuevo ciclo al introducir las tradiciones que traían consigo. La logia de Kilwinning es, tal vez, la más legendaria de las logias masónicas escocesas. Luego de las reformas que llevaron a la consolidación de la francmasonería moderna, la logia de Kilwinning se negó por mucho tiempo a integrarse a la Gran Logia de Escocia. Cuando finalmente lo hizo se le otorgó el número “0”, es decir, se la colocó por encima y antes de cualquier otra. Según otra versión, el monarca escocés –en agradecimiento a estos caballeros- cede a los templarios la torre de Kilwinning, contigua a la abadía del mismo nombre, en donde estos fundarían una nueva orden ligada a la logia masónica que funcionaba en la abadía. La abadía de Kilwinning fue fundada por monjes benedictinos en el siglo XI, y en ella funciona aún hoy, como hemos dicho, la más antigua logia de Escocia.
[8] Mellor Alec, ob. Cit. p. 187-188.
[9] Nos hemos referido extensamente a este período de crisis de la EOT en El Mito de la Revolución Masónica
[10] Ver Apéndice I.