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Foto del escritorEduardo R. Callaey

André de Montbard y la reina Melisenda

Actualizado: hace 8 horas

La Orden del Temple en tiempos del conflicto entre Melisenda de Jerusalén y su hijo Balduino III.



Sello de la Orden del Temple

La actividad política de la Orden del Temple en el contexto de las Cruzadas es uno de los puntos centrales de mi libro "Templarios: Religión, guerra y política en Tierra Santa". Dada la complejidad de algunos temas y las limitaciones propias de un ensayo de este tipo, hay detalles que completan el texto que iré publicando en este sitio. En este caso abordo el particular vínculo del quinto Gran Maestre de la Orden, André de Montbard, con la reina Melisenda de Jerusalén.


André de Montbard (1097–1156) fue uno de los fundadores de la Orden y el quinto Gran Maestre luego de Hugo de Payens (1118-1136). Roberto de Craon (1137-1147), Everardo des Barrès (1147-1150) y Bernardo de Tremelay (1151-1153). Emparentado con san Bernardo, André de Montbard tuvo un estrecho vínculo con el papado y fue una pieza clave en el armado de la organización y la estructura del Temple durante los mandatos de Craon y des Barrès.


Su desempeño como alto oficial del Consejo de la Orden permite observar el modo en que el Temple se involucró en la política del Reino Latino de Jerusalén desde muy temprano. Las fuentes a las que recurriremos aportan evidencia respecto de su posicionamiento en el conflicto entre la reina Melisenda (1105-1161) y su hijo Balduino III (1130-1162), enfrentamiento que estuvo a punto de convertirse en una guerra civil y que dividió a la nobleza franca del Reino Latino en dos bandos claramente diferenciados. El alineamiento de André de Montbard –Senescal de la Orden y, como tal, segundo en la cadena de mandos en la estructura templaria al momento de los hechos–, no solo puso al Temple en una compleja situación frente al futuro rey, sino que, llegado el momento, condicionó su elección su acceso al máximo liderazgo de la Orden. De hecho, su posición en favor de la reina debió ser motivo de un profundo debate en el seno del Gran Capítulo, al punto de considerar inconveniente elegirlo sucesor de Everardo des Barrès cuando este renunció al cargo de Gran Maestre luego de la desastrosa Segunda Cruzada. Pero antes de adentrarnos en el relato, conviene hacer un breve resumen de lo que sabemos de su vida.


La posición de André de Montbard en la Orden del Temple y sus vínculos con la reina Melisenda de Jerusalén


La familia Montbard provenía de la alta nobleza de Borgoña. André era el sexto hijo de un tal Bernardo, señor de Montbard, y de Humberge de Ricey. Su hermana mayor, Aleth, era la madre de san Bernardo, por lo que André –aun siendo más joven–, era tío de quien sería considerado entre los hombres más importantes de la cristiandad y elevado a los altares en 1174.


San Bernardo depositaba una confianza especial en su tío André, pero además era el principal valedor del Temple desde la época del Concilio de Troyes y pieza clave en la construcción de esta nueva clase de guerreros que reunían también la condición de monjes. Todos estos datos pueden ayudarnos a mensurar la posición “particularmente fuerte” de la que gozaba André de Montbard, no solo al interior de la Orden sino en el ámbito de todo el Occidente cristiano.[1]


Sello de André de Montbard

La mayoría de los autores coincide en que lo más probable es que André se haya unido al Temple poco después del Concilio de Troyes, liderado por el propio san Bernardo en 1129. Algunos sostienen que, terminado el Concilio, se embarcó inmediatamente a Palestina. Aunque las primeras evidencias de su presencia en Tierra Santa recién aparecen en una correspondencia de 1148, el hecho de que fuese Senescal de la Orden, al menos a partir de 1149, hace pensar que su rol en Oriente ya era de suma importancia para esa época.

Luego de la muerte de Roberto de Craon, el Gran Capítulo eligió como nuevo Gran Maestre a Everardo des Barrès, quien al momento de su elección se encontraba al frente de la Orden en Occidente, más precisamente en Paris. Es muy probable que el Capítulo haya tenido en cuenta el vínculo que Everardo mantenía con el rey de Francia, Luis VII, así como el hecho que se encontrara al frente de un gran número de templarios franceses que se aprestaban a participar en la Segunda Cruzada. De momento, mientras que Everardo, como cabeza de la Orden se encontraba en Francia preparando la cruzada, André, como segundo al mando, estaba al frente de las fuerzas en Oriente.


En cuanto al vínculo de André con la reina Melisenda, conviene describir algunas circunstancias especiales, tanto de la personalidad de esta mujer excepcional como de su relación con el Temple.

Melisenda de Jerusalén era hija del rey Balduino II y de Morfia de Melitene, y no solo se la considera una figura clave en la historia del Reino de Jerusalén sino como una de las mujeres más importantes y refinadas de toda la Edad Media. Educada para gobernar y con un sólido respaldo aristocrático, Melisenda asumió el trono en 1131 junto a su esposo Fulco de Anjou, un antiguo amigo del Temple; tan antiguo que convivió un tiempo con los caballeros en su cuartel general de Jerusalén en oportunidad de peregrinar a Tierra Santa en 1120, es decir, en plena etapa fundacional de la Orden. Y tan amigo de los templarios como para que Balduino II, padre de Melisenda, recurriera al Gran Maestre Hugo de Payens para que acompañara a Guillermo de Bures –a la sazón Senescal del Reino de Jerusalén– en la misión de viajar a Anjou y convencer a Fulco que aceptara la mano de su hija y se convirtiera en rey de Jerusalén junto con ella. Tras la muerte de Fulco en 1143, Melisenda gobernó como regente junto a su hijo, Balduino III, quien por entonces era menor de edad. Este período marcó el inicio de su destacada participación en la política del reino. En efecto, Melisenda de Jerusalén fue una gran benefactora de la Iglesia y ejerció un destacado mecenazgo de las artes. Fundó el convento de Betania y realizó generosas donaciones al Santo Sepulcro, a Nuestra Señora de Josafat, al Templum Domini –la iglesia principal del Temple–, a la Orden del Hospital, al hospital de leprosos de San Lázaro y a los premostratenses de Saint Samuel en el Monte Alegra. Además, promovió las artes, como lo demuestra el famoso salterio que lleva su nombre, una obra magnífica con influencias bizantinas, occidentales y del sur de Italia, producido en el floreciente scriptorium de Jerusalén durante su reinado.[2] 



El Salterio de Melisenda (Londres, Biblioteca Británica, Egerton MS 1139) es un ejemplo notable del arte de las Cruzadas, resultado de una fusión de los estilos artísticos de la Europa católica romana, el Imperio bizantino ortodoxo oriental y el arte del manuscrito iluminado armenio.

Fueron años difíciles porque el reino enfrentaba una compleja situación geopolítica, amenazado por los estados musulmanes circundantes, la rivalidad entre los principados cruzados y las tensiones internas entre las familias nobles. En este contexto, Melisenda demostró tener la habilidad diplomática y la capacidad para mantener la estabilidad del reino durante los primeros años de su regencia.


El ascenso de Balduino III y las tensiones con Melisenda


Pero las cosas se complicaron en 1149, cuando Balduino III alcanzó la mayoría de edad y comenzó a reclamar un rol más activo en el gobierno. Melisenda, quien además de su natural inclinación a ejercer el mando político contaba con el respaldo de facciones poderosas del reino, no estaba dispuesta a ceder el control. Este desacuerdo se intensificó hasta convertirse en una lucha abierta por el poder.


En este contexto, tanto la Orden del Temple como la de los Caballeros Hospitalarios se vieron obligadas por primera vez a enfrentar directamente los problemas políticos y militares derivados de los conflictos internos entre los francos. Aunque en este caso parecieron haber evitado tomar una posición partidista, es evidente que serían arrastradas directamente a tales disputas, lo que, a su vez, tendría efectos sobre sus reputaciones.[3]


Una prueba de este esfuerzo por mantener la neutralidad aun en medio de la marejada política se observa en lo ocurrido con la construcción del castillo de Gaza. En medio de las tensiones entre madre e hijo, Balduino decidió erigir una fortaleza en Gaza, que sirviese en el futuro como base estratégica para atacar y conquistar Ascalón. El hecho de que la fortaleza fuere confiada a los Caballeros Templarios nos hace presumir que se trató de una decisión aceptable para ambas partes, ya que – tal como lo señala Hans Eberhard Mayers en su obra Studies in the History of Queen Meisende of Jerusalem – “hizo de Gaza un territorio neutral con respecto a la lucha interna en Jerusalén, asegurando al mismo tiempo que la fortaleza cumpliera su propósito militar contra Ascalón”.[4] Si bien los Templarios no mantenían una neutralidad tan estricta como los Hospitalarios, la misma queda demostrada por el hecho de que encontramos a Templarios como testigos para ambos bandos, aunque, como veremos en las investigaciones de Hans Mayers , debe admitirse que Melisenda tenía para mostrar en sus cartas templarios de mucho mayor importancia que Balduino III. Es aquí donde aparece André de Montbard.


La disputa alcanzó su clímax en 1152, cuando Balduino III, apoyado por los barones del norte exigió la división formal del reino, en tanto que Melisenda, con los barones del sur y gran parte de la jerarquía eclesiástica del reino alineados tras ella, se resistía a ceder. Se dejó la decisión en manos de la Haute Cour que encontró una solución con la que evitar la guerra civil: Melisenda mantendría el control de Jerusalén y Nablus (las zonas más ricas de Samaría y Judea), mientras que Balduino gobernaría en Galilea y Acre. Aunque este arreglo parecía ofrecer una solución temporal, pronto quedó claro que la corregencia era insostenible. En la práctica, las tensiones entre madre e hijo continuaron creciendo, con Balduino buscando consolidar su poder y Melisenda intentando preservar su influencia.


En esta convulsiva época André de Montbard parece haber tenido especial protagonismo en el entorno de Melisenda. Malcom Barber sostiene que, si bien ninguna carta de André a San Bernardo ha sobrevivido, hay evidencias –gracias a la correspondencia entre san Bernardo y otros líderes religiosos, como Pedro el Venerable, en las que los informes de André de Montbard son mencionados– de una comunicación regular entre ambos hombres, lo que permitía a san Bernardo estar al corriente de lo que ocurría en Tierra Santa. La correspondencia menciona en forma reiterada los informes de André de Montbard de los cuales surge con claridad la alta estima que André transmitía a tu tío respecto de Melisenda.


Por su parte, Mayers aporta una información valiosa respecto de la posición de André durante el conflicto entre madre e hijo. Al comparar la lista de testigos que firman como tales en las cartas emitidas por la reina, Mayer puede identificar quienes formaban el séquito de personas allegadas que atendían a Melisenda y formaban parte de su partido.[5] 

La lista de testigos incluye a altos eclesiásticos, como el arzobispo Balduino de Cesarea y el arzobispo Roberto de Nazaret, pero también al propio André de Montbard (mencionado como “Montebarro”), “senescal de los Caballeros Templarios y el segundo mayor dignatario de la Orden, quien ascendió a Maestre entre 1152 y 1155 y aparece dos veces, en marcado contraste con el desconocido templario Hugo de Bethsan, quien fue testigo para Balduino”.[6] Esta cercanía explicaría las razones por las que, una vez confirmado el retiro de Everardo de Barrès y su ingreso en la Orden del Císter, la elección de André como Gran Maestre  fuese postergada y el Gran Capítulo optara por Bernardo de Tremelay, a quien no se podía achacar haber jugado para ninguna de las partes.


El conflicto culminó con una crisis en Jerusalén en 1152. Balduino reunió a sus partidarios y marchó hacia la Ciudad Santa, exigiendo la plena autoridad sobre el reino. Ante esta demostración de fuerza, Melisenda fue obligada a retirarse del poder efectivo. A pesar de ello, logró mantener un grado de influencia en la corte, especialmente en los asuntos eclesiásticos y en la administración de Nablus, donde residió tras su retirada.


Pero ¿qué ocurrió con los acólitos de la reina, y en particular con André de Montbard? Dice Mayers: "La evidencia disponible apunta a las siguientes conclusiones. Muy pocos de los partidarios de Melisenda fueron restaurados inmediatamente al favor de Balduino: el arzobispo Balduino de Cesarea, el senescal Andreas de Montebarro de los Caballeros Templarios y Felipe de Nablus. Estos eran evidentemente personas a las que el Rey no podía rechazar si deseaban servirle. Obviamente, no podía negarse al arzobispo de Cesarea, tercero en rango eclesiástico en el reino, en un momento en que debía demostrar que contaba con el apoyo de la Iglesia. Tampoco podía ignorar al hombre segundo en rango en la Orden de los Caballeros Templarios, especialmente porque acompañaba al propio Maestre de la Orden para atender al Rey". [7]


Del tercer personaje, Felipe de Nablus (también mencionado como Felipe de Milly o Felipe de Naplusa), hay que decir que pertenecía a una de una de las más antiguas Casas del reino. No resultaba conveniente prescindir de sus servicios. No obstante, luego de la muerte de Melisenda, Balduino III lo convenció de que entregara su feudo de Nablus a cambio del señorío de Transjordania, un trueque sin duda pernicioso para Felipe, que cedía un valle fértil con abundantes manantiales, rico en viñedos y olivares, a cambio de una tierra yerma en medio del desierto. Felipe ingresaría al Temple años más tarde y sería electo Gran Maestre en 1169.



Sitio de Ascalón (1153). Biblioca Nacional. Colección de Manuscritos, Paris, France.

La resolución del conflicto entre madre e hijo marcó un punto de inflexión en el reino. Balduino III asumió el control absoluto y demostró ser un monarca capaz, liderando campañas militares exitosas, como la conquista de Ascalón en 1153. Fue justamente allí, frente a las murallas de Ascalón, que se produjo la muerte del Bernardo de Tremelay en una acción heroica. Para ese entonces cualquier rencor de Balduino III hacia André había quedado atrás. Reunido el Gran Capítulo, el legendario de Montbard fue finalmente electo Gran Maestre.


[1] Barber, Malcom. The new knighthood: a history of the Order of the Temple, 1994 UK: Cambridge University Press.

[2] Hamilton, Bernard, Women in the Crusader States: The Queens of Jerusalem (1100-1190). Studies in Church History Subsidia. 1978; 1:143-174. doi:10.1017/S0143045900000375

[3] Barber, The new knighthood: a history of the Order of the Temple ob, cit., p. 72.

[4] Mayers, Hans Eberhard, Studies in the History of Queen Meisende of Jerusalem (1972) Washington, DC: Dumbarton Oaks, Trustees for Harvard University, 143.

[5] Cabe señalar que era una práctica muy común en la Edad Media que las cartas reales o de las Grandes Casas fuesen firmadas por testigos, que debían ser personas de extrema confianza de los remitentes.  

[6] Mayers, Hans Eberhard, Studies in the History of Queen Meisende of Jerusalem, ob. cit.

[7] Mayers, ob. cit. p. 178.

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